Elocuentes personajes enamorados de
épocas pasadas, sin tarifa de conversión a la más actual de las realidades. Los
únicos pobres, románticos y desarmados luchadores pensantes, vetados por la
muralla de la distancia. Una muralla que cada día y con la escusa de la
circunstancia, construyen más y más alta.
Así vivimos. Echo de
menos más momentos vividos con las otras partes de mí exiliadas por la
estrategia del mercado, al parecer el desarraigo, cotiza muy alto en bolsa, y
preferimos la bolsa a la cesta.
Las otras partes de
mí, que viven en Alemania, en Mallorca, en Suiza, Arabia Saudí, Irlanda, Escocia... claman al cielo
subrayando la injusticia de ser y no poder estar. Partes de mi realidad que
siento cada vez más eliminadas por menos casual casuística.
Ni siquiera la visita
es justa para rehacer el puzle, pues la mayoría de las veces, la realidad que
queda aquí yace dispersa, inconexa por una esclavitud de la gran mayoría que
sustenta el aforamiento de algunos.
Somos pobres, pero no
por pobres sino por esclavos. Esa es la realidad, somos esclavos, o neoesclavos
si lo preferís. Y sin menospreciar la esclavitud histórica, la nuestra, la
cotidiana crece en grados de manera exponencial cada día.
Trabajar para 55
horas semanales y cotizar 18, o que los gastos de electricidad, agua, vivienda,
e impuestos supongan el 80% de tu vida y que con el otro 20% tengas que
intentar comer, vivir y calzarte, son un buen ejemplo. Permítamente que me
invente estos datos, seguro que entienden a lo que me refiero.
Esclavos del NO OCIO
impuesto por los excesos de una impune minoría. Esclavos de este antisistema, esclavos
del capitalismo, y de los poderes fácticos, políticos y financieros. Esclavos
de sólo poder decidir como volver a casa antes del desahucio, andando o en
bicicleta. Hablo del desahucio físico porque el moral ya hace tiempo que quedó
acreditado. Esclavos de la agónica ansiedad al no disfrutar del mejor teléfono
móvil del mercado, las mejores zapatillas de runnnig y la mejor casa con jardín,
del mejor coche y la mejor moto. Esclavos de la necesidad, en todas sus
acepciones.
Somos pobres, pero no
por pobres, sino por esclavos.
Disfrutar de los
sueños sin tomar decisiones rara vez los hace realidad. Y así vamos, soñando y
tolerando un desarraigo sostenido por mandato ajeno. Perdiendo posiblemente lo
mejor de la vida, vivirla acompañado de la gente que queremos.
Esa es la única
libertad que no puede dejar de merecer la pena.
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