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martes, 14 de julio de 2015

Desarraigo sostenido. A mis amigos emigrados, a la sociedad en general.

Elocuentes personajes enamorados de épocas pasadas, sin tarifa de conversión a la más actual de las realidades. Los únicos pobres, románticos y desarmados luchadores pensantes, vetados por la muralla de la distancia. Una muralla que cada día y con la escusa de la circunstancia, construyen más y más alta.

Así vivimos. Echo de menos más momentos vividos con las otras partes de mí exiliadas por la estrategia del mercado, al parecer el desarraigo, cotiza muy alto en bolsa, y preferimos la bolsa a la cesta.

Las otras partes de mí, que viven en Alemania, en Mallorca, en Suiza, Arabia Saudí, Irlanda, Escocia... claman al cielo subrayando la injusticia de ser y no poder estar. Partes de mi realidad que siento cada vez más eliminadas por menos casual casuística.

Ni siquiera la visita es justa para rehacer el puzle, pues la mayoría de las veces, la realidad que queda aquí yace dispersa, inconexa por una esclavitud de la gran mayoría que sustenta el aforamiento de algunos.

Somos pobres, pero no por pobres sino por esclavos. Esa es la realidad, somos esclavos, o neoesclavos si lo preferís. Y sin menospreciar la esclavitud histórica, la nuestra, la cotidiana crece en grados de manera exponencial cada día.

Trabajar para 55 horas semanales y cotizar 18, o que los gastos de electricidad, agua, vivienda, e impuestos supongan el 80% de tu vida y que con el otro 20% tengas que intentar comer, vivir y calzarte, son un buen ejemplo. Permítamente que me invente estos datos, seguro que entienden a lo que me refiero.

Esclavos del NO OCIO impuesto por los excesos de una impune minoría. Esclavos de este antisistema, esclavos del capitalismo, y de los poderes fácticos, políticos y financieros. Esclavos de sólo poder decidir como volver a casa antes del desahucio, andando o en bicicleta. Hablo del desahucio físico porque el moral ya hace tiempo que quedó acreditado. Esclavos de la agónica ansiedad al no disfrutar del mejor teléfono móvil del mercado, las mejores zapatillas de runnnig y la mejor casa con jardín, del mejor coche y la mejor moto. Esclavos de la necesidad, en todas sus acepciones.

Somos pobres, pero no por pobres, sino por esclavos.

Disfrutar de los sueños sin tomar decisiones rara vez los hace realidad. Y así vamos, soñando y tolerando un desarraigo sostenido por mandato ajeno. Perdiendo posiblemente lo mejor de la vida, vivirla acompañado de la gente que queremos. 


Esa es la única libertad que no puede dejar de merecer la pena.