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miércoles, 9 de diciembre de 2015

La vida consiste en mantenernos cuerdos.

Así desde el 86 pasan los días.

La vida consiste en mantenernos cuerdos de eso soy consciente desde hace algún tiempo. Para esta labor elevo el tiempo a pensar sobre esas otras cosas olvidadas que componen el alma y podrían fabricar un futuro mejor, no para mí, sino para el hombre con la aspiración de no caer en la locura mala, no en la de los artistas y los genios, sino en esa locura vacía llena de inercia y de caminos con carga negativa que no conducen a nada.

Deambulo entre mis círculos que si bien gracias a mi esfuerzo personal y consciente siguen sin ser concéntricos, cada vez admito, merman y se hacen menos permeables. Parece algo casuístico al cumplir etapas vitales, o quizás tiene más que ver con la perspectiva de que lo mediocre, si conocido, parece ser menos mediocre.

Tanto merman, que algunos de mis círculos yacen inconexos entre sí, por falta de mediadores o alquimistas que enriquezcan las mezclas. Sólo se abren frente a la admiración y se refrescan por completo si el aire nuevo merece la pena.

Mis sueños evolucionan hacia una sostenible sencillez campesina con vehemente insistencia y se desdibujan entre el verde de la tierra y los preciosos colores de las estaciones, totalmente desataviados de burocracia, sistemas de crecimiento infinito y formas de esclavitud enfocadas en el sufrimiento de unos para el beneficio de otros.

Realmente sólo necesitamos cubrir nuestras necesidades fisiológicas en buena compañía a tiempo parcial. 

No importa cuántas veces sintáis que dentro del laberinto tenéis necesidades por cubrir, porque a lo único a lo que aspiráis es a tener nuevas necesidades, así os lo ha contado la propaganda, el cine o la revolución industrial pero: no es cierto. Podéis ser libres.

Ningún ascenso es comparable al de la montaña, es tan sincero que en lugar de cargarte de cosas innecesarias como el resto de los ascensos, te despoja de todo, te hace más liviano y contemplativamente más libre.

La verdad está en el campo. Es una idea que se repite en mi cabeza urbanita.

Sólo el campo legitima tu trabajo y tu esfuerzo con un fruto justo y el aliciente lo da la variable del tiempo. 

Mi cotidianidad se reestructura en hábitos más consistentes que de no ser por esta mala gestión del mundo estarían soportados por una exquisita compañía.

Tampoco paro de pensar en eso, en la compañía.

Imagino una gran parcela donde vivir en buena compañía, donde los amigos sean vecinos y las familias familia. Donde haya un huerto y una zona común para celebrar la vida y el trabajo juntos. Y muchas zonas privadas donde descansar, descansar los unos de los otros principalmente.

No sólo pienso en la compañía social, también en la emocional, en la personal y en la soledad.

Defiendo ese modelo obsoleto de complicidad y respeto donde la confianza pasa a un segundo plano. Donde no se diga no sin un argumento, una opción mejor y diferente. Defiendo ese espacio aislado lleno de barreras infranqueables para no dejar de ser tú, en pos de los dos. Ese modelo donde el cariño llega a tiempo, en dosis correctas y sin terapias de choque. De hecho es el único terreno donde creo que puede crecer el amor.

Mantenernos cuerdos no es más que aprender a diferenciar lo indispensable.

Esto implica dejar de acopiar lo demás en laberintos justificados con la excusa cultural de la evolución. 

Implica rescatar la simpleza de la suma y la resta para entender el equilibrio.

Para mantenerte cuerdo ahorra en malos momentos siempre que puedas, y ahorra en las personas que los propician y regalan, en pro de lo contrario.





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