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sábado, 19 de abril de 2014

Lo lamento pensé, pero no lo lamentaba

Me despertó el silencio.
Acostumbrado al ruido de los problemas,
fue una situación de paz sosegada
que recordaba el paso a la madurez,
de una juventud tan maltratada.

Quería arrepentirme,
pero no podía.

No podía dejar de pensar en el mundo,
las necesidades que a mí no me trababan,
arruinaban a muchos,
cualquier interés por la vida,
el arte y la guerra, o la verdad.

Como aquí, en muchos sitios,
pues no hay paraísos sin fiscalizar.
Alguien debía guiar hacia la libertad.

Emprendí la batalla,
pero de nuevo asestó el cansancio.
Era de madrugada.


Quise escribir revoluciones para los niños,
pero tenían su atención premeditadamente colmada.

Me dispuse a atacar a los adolescentes,
pero en la era de recortes y sobras de valores,
las hormonas dominaban.

Creí en la juventud,
pero a golpes fue acallada,
viví la mía en el anonimato,
tragando y pensando en la venganza,
con clandestina desgana.

Aprendí que la sinceridad
sin amor se convertía en crueldad.
Y que la necesidad agotaba
a cualquier ser vivo.
Por eso, no necesitaba.

Los adultos, adulteraron su ser
en favor del acopio,
desarrollaron un sentido acomún
para comprar vidas, sinsentidos
y teñir la realidad.
Redefinieron la felicidad y
abastecieron los cementerios,
de cosas honradas...

A los ancianos,
a diferencia de toda la historia,
ya nadie los escuchaba.

De los sabios, hasta agua brotaba,
pero lo habían conseguido, los otros
convencieron a la sed,
y sin agua la aliviaban.

Por eso acabé con él.
Descubrí el cáliz, a Pandora, lo divino
y la magia, el hostal donde paraba la felicidad,
la razón, y sobre Dios la verdad,
lo descubrí en mi tierra,
pero a nadie le importaba.

Andalucía, pensé
lo lamento, pero no lo lamentaba.
Decidí enterrar el descubrimiento,
los planos y el hallazgo de una vida.
La arrojé al fuego,
mientras su pueblo dormitaba,
arroje mis escritos, mis poemas,
y una lágrima.
Y fue poesía.





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