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jueves, 30 de abril de 2015

Cosas de la edad. Crisis con la agenda vital. ¿Cómo torear desaprensivos emocionales?

¿Cuánto tiempo llevas sin sonreír?
Y ¿cuánto tiempo sin reírte a carcajadas?
¿Qué esperas encontrar desde que empezaste a hurgar y dejaste de buscar?




Hace tiempo que lo asumo, la gente cambia.
Eso no quiere decir que no me sorprenda, sobre todo cuando cambian a peor.
Es como ese momento en el te das cuenta que antes te reías con Willy Toledo
y ahora te ríes de él.

Cada vez más señalando más, defectos propios en personas ajenas.
Atesorando el transporte de la razón por encima de su aplicación.
Si os habéis topado con alguien así sabéis que un buen truco es el conocido:
"Vale, llevas razón". (No tengo tiempo).

Son ese tipo de gente a la que nunca les escuchas haberse equivocado.
También esa gente, que en una especie de cura única a base de suero de falsa humildad dice:
"Yo me he equivocado tropecientas veces".
Pero no le preguntes en qué, porque de repente les llega la amnesia:
"Yo llevo tanto recorrido, tanto pasado, mil cosas."

Los mismos que en su juventud odiaban la supremacía del argumento a base de edad,
de la experiencia, y ese irracional culto a lo añejo, mientras a la vez, se esforzaban en crecer
para adquirirlo como propio.

Y es que no hay nada más fácil que decir: ¿Tú qué vas a saber, con la edad que tienes?
Creo que es de las frases con las que más me he reído desde siempre, antes y después de poner en evidencia al emisor e incluso a veces perdonándolo.

Para mí no son rebeldes, más bien son cultivadores de la envidia al tiempo, las canas, o calvas en este caso. Pero os aviso, se perciben a si mismos como líderes y se intentan distinguir por sus ropas, afeitado, complementos y gusto por lo poco habitual.

Distínguelos por su reinado. Un rey de la discusión no es un rey si no se da por vencedor antes de discutir. Sino patalea sin pestañear hasta conseguir con dignidad dar pon zanjando el partido con el balón en el tejado ajeno.

Suelen ser títeres en casa, que desfogan al aire libre, huracanes de creatividad autocensurada, consentidos como hijos que no logran consentimiento como adultos, consentidores como padres y claro, llega la frustración.

Si os los cruzáis tenedles más pena que asco. Dicho así queda un poco seco, pero hacedme caso.

Nada como una buena rascada de lomo, un piropo señuelo, una palmadita y varios "sí, estoy totalmente de acuerdo", para que vuestro encuentro sea fugazmente llevadero.

En realidad son cosas de las de edad, que a veces llega tarde.

Son cosas de la agenda, que se retuerce entre las lineas vitales que se trazaron hace tiempo con un precioso final de cuento Disney. Y fruto de poca capacidad de reacción, casi siempre achacadas a las, en comparativa con el resto del mundo, numerosas responsabilidades.

Ahí nace, un desaprensivo emocional.

A veces se convierten también en desaprensivos sociales, en tiranos, en comerciales sin escrúpulos, en mártires y a menudo en concejales de urbanismo. Se convierten en padres retrete, en cuñad@s invisibles, o en hijos mentira.

No pocas veces diluyen la amistad entre recuerdos rancios y caricaturas de actualidad, y adquieren compañía con el viento que sople cercano, para ondear la bandera su barrio que ya no visitan o de las promesas que se autoincumplieron.

Duermen poco o demasiado. Poco deporte también. Se autoperciben como una superpromesa aún por estallar, una especie de "Guti" de la vida cotidiana.

Recomendaciones son todas pocas: Mantenerles la mano baja y una sonrisa permanente "mirando al tendío", hostigar en las noticias más jugosas para que se luzca en la barra de bar. Acudir a sus antojos una vez al año. Y una emotiva felicitación de navidad nadie más lo hace lo valorará, como insuficiente, pero lo valorará. El resto del año con estar centrados y tener una buena toma de tierra es fácil esquivarlos.

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