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lunes, 6 de julio de 2020

El fracaso de: no pedir ayuda.

Tanto de ego hay en no pedir ayuda.
Grandes dosis de autoestima acomplejada
de insistencia testaruda:
-"Yo puedo", "Si lo hago solo tiene más merito"
y otras extrañas patrañas.

Secuaces del SOY,
del cómo me siento,
sentimientos mercenarios a sueldo:
del autorreconocimiento,
que también hay mucho mérito en pedirla...
No miento.

Que yo ya no me escondo del socorro,
ya no le corro
a los rescates,
aunque desacate, soy consciente:
las soluciones se diluyen mejor en disolvente,
que necesitamos agua, es el universal
necesitamos de la gente,
aunque creas controlar la sed,
te puede faltar la sal.

Qué no pierdes,
qué no debes,
qué  lo que ganas es tuyo,
qué es para ti,
para los tuyos,
tu porvenir,
que vendrá con osuda estructura de trueque
libre de tejemanejes,
con la certeza aguda
de estar mejor.

Manía sesuda no pedirla,
no quererla, no asumirla,
tanto miedo a recibirla,
a percibirla,
a despreciarla por su valor,
cuando de favor son,
sin contrato, ni control.

Dejando a un lado la cobardía insolente,
fragil, omnisciente e impotente.

Tanto tiene de altivo
depreciarla,
tanto de enemigo,
obviarla,
como de alivio 
aceptarla...

Pero NO. Es más fácil perder la razón que llevarla,
por el peso de cargarla,
por el estibaje imperfecto,
histriónico, escéntrico
que sale de la curva,
por la impostura dura.

Tan aparente, tan fracasado
envuelto en pastiche de verdad,
tan tangentes,
tan exentos de humildad...

Ojalá fuera el hecho de sentir no merecerla,
cuando lo que en realidad nos atiende
es el miedo a quererla, a tenerla
a eliminar excusas,
a dibujar la libertar sin líneas difusas,
sin independencia confusa...
  
El sabio lo sabe, y lo asume aunque dude.
Hay tanto de ego en no pedir ayuda...














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